A continuación mostramos una lista con hechos históricos en los que se sabe que participaron extraordinarii:
Comenzaremos nuestro relato por los prolegómenos de la batalla de Cannas. Antes del encuentro definitivo, que acabaría en desastre por el empecinamiento y la soberbia del cónsul Terencio Varrón (que no era amigo de Polibio precisamente), y siendo su colega el cónsul Emilio Paulo, en los días en los que éste ostentaba el mando –según la nefasta costumbre romana de la alternancia en el mismo-, dirigió varios ataques parciales, con la caballería extraordinarii como núcleo, contra los forrajeadores y merodeadores cartagineses, llegando la escaramuza a arrojar un resultado de menos de cien bajas romanas contra unos 1.700 muertos en el campo enemigo. De haberse seguido esa táctica de guerrillas, golpear y retirarse, sin exponer todos los efectivos al albur de una sola batalla, Aníbal, sitiado y en tierra hostil, hubiese sido forzado a pedir la paz.
Habiendo estallado la guerra con Filipo de Macedonia, fue enviado el pretor Marco Valerio a proteger con su flota la ciudad de Brindisi y las costas de Calabria. Enterado por unos embajadores de Apolonia de que las tropas de Filipo la habían asediado, amenazando las vecinas costas de Italia, embarcó en sus naves a 2.000 soldados escogidos, al mando del prefecto de los extraordinarii Quinto Nevio Crista, y en una sorprendente operación anfibia, precursora de las de nuestra Infantería de Marina, los desembarcó de noche en la desembocadura del río. Llegando a la ciudad por caminos poco frecuentados, sorteando el cerco enemigo, unió a sus fuerzas las existentes en la plaza, haciendo una salida contra el campamento de los macedonios, a los que sorprendió durmiendo. Hasta el punto de que el propio rey Filipo hubo de huir con lo puesto, es decir, casi desnudo, de forma poco digna para un soldado y menos aún para un rey. Fueron capturados o muertos más de 3.000 macedonios, y los que consiguieron escapar hacia sus naves para intentar la huida por mar, viendo ésta bloqueada por la escuadra del pretor M. Valerio, vararon e incendiaron sus naves, volviendo desarmados y esquilmados a Macedonia por tierra, alejándose así de este nuevo peligro de una Italia en la que aún campeaban las tropas de Aníbal.
Tras haber acampado cerca de Benevento el carthaginés Hannón, con ánimo de asediarla y conseguir avituallamientos para Aníbal, fue enviado contra él el cónsul Fulvio Flaco. Éste decidió atacar el campamento de Hannón, que estaba bien fortificado en una altura fácilmente defendible, pero tras las primeras dificultades decidió desistir de la empresa, y tras convocar a los lugartenientes y a los tribunos de los soldados, ordenó tocar retirada. Pero los gritos de protesta de los extraodinarii ante orden tan pusilánime abortaron los planes del general. Coincidió que la cohorte más avanzada era la de los pelignos, cuyo prefecto, Vivio Acao, agarró el estandarte y lo arrojó tras la empalizada de los enemigos. Seguidamente y maldiciéndose a si mismo y a su cohorte si los enemigos se hacían con el estandarte, a través del foso y de la empalizada irrumpió él el primero en el campamento enemigo. Estaban ya combatiendo los extraodinarii dentro de la empalizada, cuando por otro lado, y mientras el tribuno militar de la III Legión, Valerio Flaco, echaba en cara a los romanos que cedieran a los aliados el honor de tomar el campamento, Tito Pedanio, primer centurión de los príncipes, quitándole el estandarte al signifer, dijo: “ Este estandarte y este centurión van a estar ya dentro de la empalizada de los enemigos. !Que me sigan quienes no estén dispuestos a permitir que el enemigo se haga con el estandarte!”. Los hombres de su manípulo fueron los primeros en cruzar el foso, y después, toda la legión.
Tras la batalla, en la que perecieron más de 6.000 enemigos y fueron apresados más de 7.000, tras repartir el cuantioso botín, fueron condecorados los que más se habían distinguido, y en primer lugar el prefecto de los extraordinarii, Vivio Acao, y el centurión de la III Legión, Tito Pedanio.
Marco Claudio Marcelo, el conquistador de Siracusa, llamado por Momsen “la espada de Roma”, tuvo ocasión de enfrentar su ejército con el del propio Aníbal, cerca de la ciudad de Canusium. Luego de desplegar ambos a sus tropas en orden de batalla, y tras varias horas de duro combate, empezó a ceder por el bando romano el ala derecha, y los extraordinarii de dicho flanco. Cuando Marcelo vio esto, metió en primera línea a la Legión XVIII. Mientras unos se replegaban embarulladamente y otros los sustituían con lentitud, se desordenó toda la formación de una manera que, desbaratada por completo y venciendo el miedo a la vergüenza, comenzó a huir, perdiéndose cuatro enseñas militares de los extraordinarii y dos de la Legión que los había sustituido.
Marcelo, después que regresaron al campamento, pronunció una amonestación tan cruel y amarga que para ellos el discurso de su enojado general fue más terrible que el combate que tan desafortunadamente habían mantenido durante el día entero. “Doy gracias –dijo- a los dioses inmortales porque el enemigo vencedor no haya llegado a asaltar el campamento mismo cuando vosotros os lanzabais con un pánico tan grande a través de las vallas y las puertas. Sin duda, habríais abandonado el campamento, presos del mismo espanto con que eludisteis la pelea. ¿Qué pánico es éste?, ¿habéis olvidado quiénes sois y contra quién lucháis?, ¿no son éstos los mismos enemigos a los que habéis hostigado estos días mientras huían de día y de noche?. No parece que esté hablando con mi ejército…¡Ni con soldados romanos!. Hasta ahora, Aníbal se jactaba de haber aniquilado a las legiones romanas…¡Vosotros le habéis otorgado hoy, por primera vez, el honor de haber puesto en fuga al ejército romano!”.
En este punto se levantó un griterío pidiéndole perdón y rogándole que les permitiera demostrar su coraje. Marcelo accedió, pero ordenó que a los que habían cedido ante el enemigo, se les diera ración de cebada en vez de trigo, y que los centuriones de los manípulos que habían perdido sus enseñas, pasaran la noche firmes con las túnicas desceñidas y las espadas en la mano. Al día siguiente, el general colocó en primera línea a quienes empezaron la fuga el día anterior y perdieron sus banderas. Al clarear el día se peleó con mucha más saña que el anterior.
La carga de los elefantes sembró la muerte y la destrucción entre la primera fila, hasta que Cayo Decimio Flavio, tribuno militar, enarbolando el estandarte del primer manípulo de hastati, dirigió una carga contra los paquidermos, gritando la orden de “pilum iacere” (arrojar el pilum), matando a muchos y dirigiendo al resto, espantados contra las propias líneas cartaginesas. Cuando los extraordinarii han acabado con los elefantes, toda la legión se precipita sobre las brechas así abiertas, y Marcelo ordena en el momento justo cargar a la caballería para aniquilar al enemigo en fuga. Aníbal tuvo que abandonar el campamento y huir, dejando 8.000 muertos, pero 1.300 extraordinarii quedaron en el campo, lavando con sangre el honor de sus banderas. El resto del ejército tuvo unas 1.700 bajas, además de muchísimos heridos. Aunque Marcelo quiso perseguir al púnico, el elevado número de heridos se lo impidió.
Después de escapar derrotado con parte de su ejército de la batalla de Baecula, consigue Asdrúbal cruzar los Pirineos por los desguarnecidos pasos occidentales, y tras cruzar también los Alpes por la ruta que abriera años atrás su hermano Aníbal, llega a Italia para unir sus fuerzas a las de su hermano, lo que hubiese puesto a Roma en grave aprieto. Pero uno de sus mensajeros es interceptado, enterándose así los cónsules de sus planes. A marchas forzadas, el cónsul Claudio Nerón, que fuera burlado por Asdrúbal en Hispania, se dirige a unirse con su colega para tomar su revancha.
El choque se produce junto al río Metauro. Como los extraordinarii del ala derecha estuvieran situados tras una loma, algo alejada del lugar donde se trabó la lucha, más propia para un cómodo puesto de guardia que para una batalla, Claudio Nerón les ordenó avanzar envolviendo la colina y yendo a surgir tras las líneas enemigas. La maniobra decidió la batalla. Asdrúbal, como digno hijo de Amílcar, al ver la gran mortandad de los suyos y lo irremisible de la derrota, lavó su fracaso como general buscando y hallando la muerte del soldado, y no queriendo sobrevivir a su desgracia, se arrojó espada en mano entre las filas enemigas. Su cabeza, testigo mudo de la tragedia, fue arrojada tras la empalizada del campamento de Aníbal, que al reconocer con su único ojo los desfigurados restos de su hermano, supo que la suerte de la guerra estaba echada. La última oportunidad de recibir refuerzos se había esfumado.
Aunque no se les cita expresamente, parece que integraban la “fuerza de choque” que, según Polibio, dirigió Escipión como ataque de distracción contra las puertas de la ciudad, sufriendo gran número de bajas, mientras a una cohorte de la IV Legión y a las fuerzas navales de Cayo Lelio les cupo el honor de asaltar, sin apenas resistencia, las murallas de la plaza por la parte del almarjal y del puerto, gracias al esfuerzo y sacrificio de aquellos que atrajeron sobre sí la furia de los defensores. También existen referencias a que el mismo Escipión, dejándose ver en batalla durante los últimos momentos de la misma, se acompañó de tres guardias extraordinarii que lo protegían con sus escudos.
Dicen que Escipión, cuando veía trabarse la batalla era incapaz de contenerse sin mezclarse en ella como un soldado, y que por eso fue necesario ponerle 300 hombres que lo contuvieran y, en último caso, lo defendieran. Eran, pues, una verdadera cohorte pretoriana. Se lee en el Apothegma Imperatorum, atribuido a Escipión que, “preguntado por uno en Sicilia en qué confiaba para atreverse a pasar con el ejército contra Carthago, mostró a los 300 hombres armados que se estaban ejercitando y una torre alta junto al mar, y anadió: “Ninguno de estos rehusará subir a aquella torre y precipitarse de ella, si yo se lo ordenase”. Ciertamente, el primer Africano conocía bien a aquellos hombres, que llevaba consigo desde la guerra de Hispania y, ciertamente, no podían ser más que soldados escogidos para tenerlos siempre junto a sí.
Vimos al gran Cornelio mezclarse con su fuerza de choque en el asalto a Carthago Nova, protegido por los escudos de tres de ellos. Más tarde, en Baecula, tras una escaramuza del día anterior, con estas mismas tropas, encabezará la carga de los extraordinarii por una empinada pendiente y bajo una lluvia de proyectiles, hasta asaltar la altura coronada por las fortificaciones de Asdrúbal, tomando su campamento y destruyendo la mitad de su ejército. El púnico, sin embargo, conseguirá escapar con el resto y pasar a Italia, como ya vimos, aunque sólo para encontrarse con su trágico destino, pero el imperio púnico en Hispania había dejado virtualmente de existir.
Más tarde, ya para dar el asalto final a Carthago en África, Escipión selecciona a sus extraordinarii entre las tropas supervivientes de Cannas y que habían pasado toda la guerra de guarnición en Sicilia. Éstos, junto con sus veteranos de Hispania, asaltarán e incendiarán con nocturnidad y por sorpresa el campamento del rey númida Syfax, y poco más tarde darán el golpe final a Aníbal en las llanuras de Zama, victoria de las más decisivas para la historia de nuestra civilización y cultura occidentales, que puso fin a la que bien podríamos llamar la Primera Guerra Mundial de la Antigüedad (la Segunda Guerra Púnica).
Lucio Emilio Paulo, cuñado de Escipión e hijo del cónsul caído heroicamente en Cannas, hará un inteligente uso de los extraordinarii en Pydna (Macedonia), enviándolos a rodear al ejército del rey Perseo y cortar sus suministros, mientras con el grueso de las legiones, y al precio de tan sólo cien bajas, aniquilaba a las formidables y hasta entonces invencibles falanges macedónicas. Aún prestarán los extraordinarii importantes servicios a la República, tales como la detención del rey númida Yugurta, mandados por el cuestor Lucio Cornelio Sina, y el asalto a su cuartel general por una ruta descubierta por un extraordinarius de la caballería ligur. Su última hazaña tal vez fuera cubrir el repliegue romano ante el empuje de las hordas germanas junto al río Athesis, donde se distinguió el centurión samnita Cneo Petreyo (nuestro lugarteniente). Finalmente desaparecieron como tales al adquirir toda Italia la ciudadanía romana, e integrarse éstos en las legiones.